En
un lugar de la costa ciertamente privilegiado, próximo a los astilleros de
Navantia en Cartagena, se extiende una zona asentada en terrenos militares conocida
como la Algameca Chica, o ’pequeño Shanghái’
como les gusta denominarla a los que la pueblan.
El
mar tiende su brazo tierra adentro aprovechando el cauce de la desembocadura de
un río casi siempre seco, creando un canal en cuyos márgenes se han levantado
construcciones que acarician el líquido elemento. La salada lengua invasiva permite
el atraque de pequeñas embarcaciones de pesca y paseo, así como el baño placentero
de niños y mayores.
Aunque
los primeros asentamientos se remontan a más de 300 años cuando los mineros
levantaron sus primitivas edificaciones, las actuales casas no tienen ni electricidad
ni agua potable. Se abastecen con un grupo electrógeno y con garrafas que
transportan desde un depósito llenado a su vez mediante camiones cuba, si bien
algunos privilegiados han instalado paneles solares e incluso pequeños
depósitos elevados que rellenan ayudados por bombas y sirven para conseguir la
presión necesaria.
Además,
existen restricciones legales que impiden a los ‘virtuales propietarios’ (no
disponen de escrituras ni inscripciones en el Registro de la Propiedad)
acondicionar las viviendas adecuadamente, por ejemplo, no está permitido
cambiar su techado ondulado (tipo
uralita) que desprende bastante calor.
Las
casas son ocupadas en su práctica totalidad durante el verano y solo unos pocos
las habitan todo el año. Debido al ambiente salino muy corrosivo, el deterioro
de las mismas durante el invierno impone arduos trabajos anuales de limpieza, desoxidación,
pintura y desescombro.
Sus
pobladores están bastante organizados y promueven diversas actividades lúdicas
y actos culturales comunitarios. Muchas viviendas están abiertas para sus
vecinos e incluso para los foráneos. En este ambiente los niños juegan y se
mueven en una suerte de libertad poco usual chocante con nuestra estricta y poco
permisiva sociedad.
‘Yo no cambiaría
esto ni por dos apartamentos en La Manga’, afirma una mujer que supera ampliamente
los 80 años y que ha visto crecer a sus hijos y a sus nietos en este entorno,
pese a todas sus incomodidades.
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El
futuro es incierto y preocupante. Junto a las malas noticias de un inminente
desalojo y derribo de las deterioradas viviendas, contrasta la buena intencionalidad
del actual ayuntamiento para calificarlas como zona cultural, y así protegerlas
para facilitar su adecentamiento y restauración.
© Jorge
Lidiano.
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